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El "Funamori", buque insignia del restaurant Kintaro. Para compartir. |
Con este y los próximos dos capítulos me propongo entrar de lleno en lo que es comida, recomendarles restoranes, pasar el dato sobre qué cosas pedir, etc. Lo que debiera ser un blog de comida. ¿No?
(¿A quien engaño? A nadie, supongo...)
Para ir de mas a menos, comenzaré por escribir de esos "imperdibles", aquellos que agradezco profundamente al universo que se hayan cruzado en mi camino, y que tras años de comer (como habrán podido deducir de los post anteriores) son los que primero me vienen a la mente cuando me consultan por buenas comidas / bonitas experiencias / baratos precios, etc.
Pero como siempre, hay más que sólo comida tras todo esto.
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Hace muchos, muchos años atrás, en esos locos años escolares (donde en mi caso lo mas loco era ir a jugar Donkey Kong Country al Apumanque a la salida del colegio) nos reuníamos diariamente junto a dos amigos de intereses comunes (por no decir igual de nerds que yo) para jugar computador, Nintendo, Gameboy o lo que fuese en la casa de uno de ellos. Ese fue uno de los primeros lugares donde conocí la versatilidad y fuente de conocimiento inútil infinito que representaba un pc conectado a esa cosa que llamaban "internet". Armado con un modem Reuna de 14.4 que hacía ruiditos cuando descargaba la preciada información, trajo el mundo a nuestras manos. De forma natural, ese lugar se convirtió para nosotros en una especie de casa club (man cave, le dirían hoy en día (geek cave, sería más exacto)).
Como al padre de mi amigo le tocaba viajar bastante, un día apareció por la casa una revista española que le habían traído de regalo (una "Hobbyconsolas"), con toda la información sobre el mundo videojueguístico de entonces (Super Mario All-Stars y cosas así) y un suplemento especial sobre algo llamado "animé" que "al parecer" era muy popular en Japón. Era el buen año de 1993.
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Flashback. Diez años antes, 1983. Mi padre era jefe de local en los juegos Diana del paseo Ahumada (un popular centro de máquinas recreativas, para aquellos que no lo ubican). No sabría describir con justicia los momentos felices de mi niñez cuando lo visitaba y me pasaba un saco enorme de fichas para que jugase durante horas en máquinas como el Mario Brothers, o los pinball de la Taito, el Yie Ar Kung Fu, las múltiples iteraciones de Pac-Man...
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Flashforward. Veinticinco años después, 2008. Entre muchas cosas: me gradué, estudié, encontré trabajo, mi mejor amiga estudió traducción inglés-japonés, aun jugaba videojuegos y seguía viendo uno que otro animé, y cada día aprendía más y nuevas cosas nerd gracias a programas como Maldita Sea, Planeta Freak y/o Rincón Maldito, y a ese excelente invento que seguían llamando "internet".
Es dificil de explicar (no sabría como hacerlo), pero la vida se configuró de tal forma, que llegué a un punto en que decidí que sería una buena idea ir a conocer Japón. Si uno lo piensa de forma racional, quizá no tiene mucha lógica (casi como este post hasta ahora), pero en ese momento no sólo me pareció una buena idea, si no la mejor idea que jamás podría haber tenido.
En cierta forma, esos últimos 15 años había estado cocinando la idea. Incluso quizá desde mucho antes. Para esas fechas tenía ya muchos temas resueltos, y había sido todos esos años una verdadera entretención para mí afinar hasta el último detalle. Y en eso estaba, cuando me planteé que faltando poco para que llegase el día del viaje (ojo, un poco más de un año) sería bueno practicar algo más de aquel idioma clave para este proyecto. Me respondí que la forma más fácil era hablándole a un japonés. ¿Y dónde encontraba uno?
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Ese año estuve trabajando en un edificio ubicado en Recoleta con Santa María. Para los que no conocen, esta ubicado a muy corta distancia del centro de la capital, y en pleno barrio Patronato, donde los inmigrantes nos han privilegiado con múltiples y variados restoranes, la mayoría muy ricos. Buscando, encontré relativamente cerca varios de comida japonesa, de los cuales uno destacaba como el más "auténtico": el Kintaro. Comenzaría ahí mi búsqueda.
Desde mediados de los años 90 a esa fecha, el boom del "sushi" en Chile había arrojado como resultado una serie de locales olvidables, de dudosa calidad y que no aportaban mucho al conocimiento de lo que era realmente la "cocina japonesa". Hijos directos del "California Roll" -ese invento adaptado para el paladar occidental que entre otras cosas reemplazaría el atún por la palta-, el sushi en Chile el 95% de las veces no tiene nada que ver con lo que pueden ofrecer en Japón y aun así, si uno pregunta en cualquier lado, los rolls de sushi son sinónimo de comida japonesa.
Comprenderán entonces cuál fue mi emoción al encontrar en ese lugar preparaciones como el Tendon (camarones y verduras tempuradas sobre un cuenco de arroz), oyakodon (pollo y huevo sobre arroz), tonkatsu (cerdo apanado), y sushis que no eran sólo "rolls". Atendido por el sr. Suzuki (el dueño), y como chef tras el mostrador el sr. Watanabe a cargo de los niguiris: el verdadero y más representativo sushi.
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Una muestra de la habilidad de Watanabe-san es el "sushi mori especial": un arcoiris de niguiris y gunkan makis |
Con menús de almuerzo cambiando todos los días, y habiendo encontrado por fin alguien con quien practicar el idioma y preguntar datos (agradezco desde aquí la paciencia de Watanabe-san por tener alguien distrayéndolo con preguntas sobre el shinkansen, la pasmo o el nattō mientras estaba trabajando), pude probar extensamente el menú del Kintaro, y puedo decir con propiedad que nunca me ha decepcionado.
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Una rica cena de Tendon, acompañado de sopa miso y tsukemono, más una excelente Austral Calafate |
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Chirashi: Surtido de pescados, verduras, camarones, gengibre, wasabi, palta, sobre cuenco de arroz de sushi. |
Sobre lo que sería al año siguiente viajar, y conocer realmente cómo era la comida japonesa, les contaré más adelante, en otra oportunidad :)
Restaurant Kintaro (金太郎, Monjitas 460, Santiago)
Anotado!
ResponderEliminar100% de acuerdo! Gran review!
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