lunes, 7 de abril de 2014

Dignum Est (Flashback 2: Piccola Italia)



Había olvidado el tono personal con que alguna vez había escrito estas cosas.

Más que de comida, muchas veces terminaba hablando de las situaciones en que me encontraba en esa época, o de las emociones en torno a éstas, perdiendo un poco (sí, sólo un poco) el norte del blog.

Pero a la luz de los años, es casi nostálgico.

Espero no aburrir demasiado con estos vistazos al pasado (especialmente si son a restoranes que ya no existen o, peor aun, que hoy por hoy no tienen nada de dignos...). Pero en cierta forma, son parte de una vida en que la comida ha estado siempre como un grueso y rojo telón de fondo, frente al cual no hay banda, ni hay orquesta. Sólo una existencia lo más común y corriente.

Eventualmente, escribiré sobre esta hamburguesa de aquí, o ese sushi de allá, y que donde queda tal picada. Supongo. Pero al menos, estos cinco primeros post, serán mi pequeña vuelta al pasado...

Escrito el 12 de Julio de 2006:

PICCOLA ITALIA, Profondo Rosso

Recuerdo, entre nosotros, manteles rojos y blancos...

Me es difícil hacer memoria sobre la primera vez que salí a comer con mi amada.

No es que no recuerde absolutamente nada, no se malentienda; es sólo que tengo en mi mente dos lugares, y no recuerdo cuál fue primero y cuál después.

Ante la duda, les comentaré una de las dos posibilidades al azar: La Piccola Italia.

Corría el año 2003, y esa era una tarde que estaba solo en mi casa. Era mi época de trabajo independiente, despertándome a la una de la tarde y durmiéndome a las cinco de la mañana (una maravilla), y tocó la casualidad un día que mi amada (que en ese entonces no era ni mi amada, ni mi osita, ni nada), pasó por mi casa a buscar un polerón, el cual, por esas casualidades de la vida, se le había quedado en mi casa una olvidable noche de año nuevo.

Yo tenia hambre, por lo que decidí (en vez de comer las habituales galletas con queso que como cuando estoy solo) invitarla a comer. La alternativa mas cercana, era un restaurant de comida italiana, bastante conocido en el lugar: La Piccola Italia.

La Piccola Italia se caracterizaba por varias cosas: era económica, su comida era buena (nunca fue excepcional, pero dentro de todo buena), sus mozos eran como clones chilensis del prototipo italiano, y, por sobre todo, porque siempre que uno iba a comer, en alguna mesa alguien estaba de cumpleaños: en ese momento, se apagaban las luces, llegaba una torta de crema (tan real como el pavo de George Bush), y los mozos clonados comenzaban a cantar cumpleaños feliz.

(Puede que todo esto pase en varios restaurants, pero les juro que nunca tan seguido como en la Piccola Italia)...

Esa tarde (que poco a poco se iba haciendo noche), entramos al local, nos sentamos en una pequeña mesa, y tras consultar la carta, nos decidimos (creo) por una Fontanna di Pasta: una fuente de pastas varias, acompañada con salsa de carne y de crema. La salsa de carne es bastante fuerte, por lo que, desde ese día en adelante, siempre la pedimos "rebajada" con salsa a la crema. Gnochis, Lasagnas, Cannelonni, Fetuccini, y cuanta variedad de pasta se encontraban dentro de esa fuente, que al principio parecía de nunca acabar. La comida sabía bien, pero poco a poco se hacían sentir en el estomago esas cantidades industriales de comida, no usuales para el común de las personas.

Mientras tanto, y por encima de la Fontanna, era otra cosa la que ocurría. Se gestó una cercanía poco usual con una desconocida. Conversamos, largo y tendido. Yo, interrogador como nunca. Ella, confesa como pocas veces. Poco a poco sentía en ese momento, que involuntariamente la velada se había transformado no solo en una invitación a comer, sino mas bien en una invitación a la amistad, y a descubrir como era el otro. En un desafio de mirarse a los ojos y decirse "mira, ¿sabes?, yo soy así: así y asá, con mis virtudes y defectos. Con mis cosas blancas, y mis cosas negras" (o a cuadros rojos, como el mantel que nos separaba)

Ambos nos dijimos nuestras historias, nos acercamos con nuestras penas, alegrías e inquietudes ante el futuro, mientras de fondo miles de mozos con bandejas enormes, transportaban platos y fontannas descomunales, entre las mesas a nuestro alrededor...

Terminó la comida, y nos separamos, rumbo cada uno a su propia vida; pero sabiendo que desde ese día, nos miraríamos de otra forma: como quien mira una nube, sabiendo solo para sí qué forma tiene, o como quien mira una estrella, preguntándose cuantos secretos más guarda en su resplandor...

Como usualmente pasa, el tiempo le cargó la mano al destino. La Piccola Italia poco a poco se creyó el cuento: se volvió mas cara, con porciones mas chicas, y su calidad no mejoró. Se multiplicaron los mozos y los cumpleaños. Los tiempos cambiaron para todos.

De aquella noche, quedará el rojo de los manteles...

***

* Hoy, ese local ya está abandonado. Desmantelado y hecho pedazos. La Piccola Italia terminó siendo sinónimo de pastas malas y lavadas para volverse a servir. Pero la cadena de circunstancias extraordinarias que ocurrieron esa vez, hace ya muchos años, aun me sorprende cada día, y me enseña a que no es tan equivocado ese cliché de que las cosas pasan cuando tienen que pasar. Todo tiempo es exacto, y a la vez incierto.

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