lunes, 28 de abril de 2014

Dignum Est (Flashback 5 (Final): Benihana of Tokyo)



Hace casi 8 años atrás, sólo escribí unas cinco veces para un blog que nunca fue. El poco tiempo, y las ganas de hacer muchas otras cosas, conspiraron contra lo que en algún momento no fue más que un juego, sin audiencia, ni estimados a quien compartir. 

La vida y la comida siguieron su curso, siempre presentes, siempre en busca de lo desconocido, lo novedoso. Del placer y la felicidad.

Los tiempos cambian, mas no las esencias. Y por eso, estamos aquí otra vez, para dar una segunda oportunidad a algo que de todas formas no será más que un juego, quizá esta vez con un poco más de audiencia.

Escrito el 26 de Julio de 2006.


Benihana of Tokyo: The Master of the Flying Teppanyaki


Para mi cumpleaños, yo quería comer en el Benihana of Tokyo.

Estabamos con mi amada y un amigo. Fue un dia de lluvia, como hoy pero no tanto, donde hacía frío y nostalgia. Nostalgia no como de esas peliculas setenteras, ni como los perfumes de Adrian Veidt, sino aquella similar a estar mascando un chicle con sabor a nada, y que a la vez te recuerda algo. Lamentablemente, a muchos se les ocurrió ir al Benihana esa misma tarde, al mismo tiempo, dejándonos sin mesa.

Había pensado que mi cumpleaños sería quizá una buena ocasión para probar el ya mítico (sólo por su nombre) "Crazy Samurai", supuestamente una de las especialidades de ese local de comida típica japonesa, donde tambien sirven Sushi, pero más caro que en otros lados. El Benihana brilla exclusivamente por ser de los pocos restaurants que aquí en Chile ofrecen Teppanyaki.

Teppanyaki es como llaman en Japón al mismo tipo de cocina que hacen aquí en Chile en las fuentes de soda, con la excepción que en Japón ahorran espacio y dejan la plancha de cocina y la mesa del cliente en un solo mueble, ademas de usar ingredientes bastante más exóticos que los para hacer un barros luco. Pero al igual que aquí, el cliente ve lo que le cocinan, que ingredientes usan, cuanta cocción le dan a una u otra cosa, y de paso, ve también como limpian la plancha después de cocinar. Sólo que en la cocina Teppanyaki, lo ve más de cerca: en un abrir y cerrar de ojos, todos esos sabores misteriosos del oriente, tienen un origen, una historia, un currículum, antes de llegar a nuestra boca.

Comimos en el Benihana para nuestro trigésimo séptimo cumple mes con mi amada. Un chef autodidacta, experto en en el fino arte de hacer malabarismos varios con todos los utensilios de cocina e ingredientes, preparó ante nosotros y otras dos parejas desconocidas (porque las mesas se comparten) una exquisita comida: rica en camarones, arroces fritos, verduras sancochadas, salsa de ostiones, todo después de una rica sopa y una tradicional ensalada, y antes del te de jazmín de cierre.

No solo era muy entretenido ver al chef lanzar la sal hacia su sombrero, o lanzar los camarones hacia los platos de los comensales (con el mío falló eso sí), sino que la comida era sorprendentemente rica, con sabores no tradicionales ni siquiera en la comida china, y lejos de lo que cualquier persona en Chile entendería por cocina japonesa.

Ese día lluvioso, el local estaba más que lleno. Me tuve que consolar a medias jugando el flipper de los locos Addams (y digo a medias, porque la bola retenida por Dedos se quedaba pegada a la salida del pantano), y con un rico pastel de jaiba con lomo de carne en otro local del cual les hablare algún día.

Eventualmente, sé que volveré al Benihana. Y no una vez espero. Y ojala, por lo menos una vez al año. Como mi cumpleaños.

***

* No sé donde habré comido ese pastel de jaiba con lomo de carne. Asi que siento decirles que no les podré hablar de ello algún día. El Benihana tampoco existe ya por estos lados. Alguna vez, tienen que haber decidido que hacer show frente a las mesas no era tan rentable. Afortunadamente, existen alternativas, pero de esas sí les hablaré - espero - en otra oportunidad.

martes, 22 de abril de 2014

Dignum Est (Flashback 4: Giratorio)



De qué escribo cuando escribo de comer.

Releyendo el pasado, pareciera que de cualquier otra cosa, menos de comer...

Aunque en verdad, hay momentos en que eso da un poco lo mismo. 

Ejemplo:

Escrito el 15 de Julio de 2006:

El Giratorio: No el qué sino el cómo

Con mi amada, nuestra "Primera Cita" - en el sentido antiguo, de las glamorosas y formales salidas a comer del novio con la novia, nerviosas y empaquetadas - fue en un restaurant bastante conocido en Santiago: El Giratorio, de Providencia (no confundir con el de Valparaiso, filial del Coco Loco, el cual no he tenido el gusto de conocer...)

Nos juntamos en la tarde, ambos bien emperifollados (siguiendo con la idea de lo old fashion), y nos dirigimos a la vetusta torre que se alza anónima, pero digna en el centro de Providencia. A la entrada, un atento portero nos hace pasar y nos pregunta a cual restaurant vamos. Claro, porque hay dos restaurant en lo alto del edificio: El Giratorio y La Estancia. Como podrán adivinar, uno de ellos gira y el otro se queda estanco. Ese día era algo especial, e ibamos decididos a optar por el que gira.

Tras la respuesta, nos conducen a un ascensor de esos a la antigua, onda 70-80 (de la época del edificio), casi con botones plásticos, y casi con un ascensorista de traje y fez rojo. Al llegar al ultimo nivel, nos reciben nuevamente muy cortesmente, y nos conducen en un ascensor pequeñito por el ultimo tramo hacia lo mas alto del edificio. Las luces de la ciudad nos reciben en 360 grados, y me percato que no importa mucho que mesa elija, eventualmente tendré todas las vistas alguna vez.

Providencia resplandecía preciosa, con la luz fluorescente de sus edificios cercanos, y los puntos halógenos a la distancia. Una urbe hablando de una modernidad que se resistía a cambiar, y aceptaba edificios de ultima tecnología conviviendo en pecado con muros cortinas salpicados de equipos de aire acondicionado...

Mmm... ¿Y la comida? - se preguntarán ustedes.

Lo mas sorprendente de esta historia es que no recuerdo para nada lo que comimos. No es por echarle la culpa al chef, pero creo que la cena debe haber sido una de esas que llamo "habituales": un aperitivo de pisco sour, una entrada (¿machas a la parmesana?), quizás palta u otros pastos, una carne ya sea de vacuno, o pollo, con un agregado rico (posiblemente más vegetales, o algo que tenga papa), y un postre que debe haber tenido algo de chocolate. Ah! y unos panecillos con mantequilla y/o pebre para engañar al estomago.

Todo esto lo digo no para desmerecer al restaurant, ni queriendo decir que su comida es "olvidable", sino que pienso que en estos tiempo, son varios los restaurants donde es posible tener como configuración estos menús, que se han vuelto un sinónimo de la "cena formal" (Eladio, Los Buenos Muchachos, El Parrón, etc.). Son la fórmula de las fiestas de fin de año en los trabajos, de los matrimonios mas tradicionales, del almuerzo ejecutivo.

Y por qué no, de la Cena Romántica, a la luz de las velas.

La costumbre nos ha hecho adoptar esos menús, quizá demasiado tradicionales para algunos, pero que a mi juicio logran un imperceptible pero positivo efecto: en estas circunstancias especiales, lo importante no pasa a ser la cena en sí, como podría ser en uno de los tantos restauranes étnicos o novedosos que he visitado, sino la compañía. La experiencia de compartir estos alimentos con tus seres queridos, o aquellos cercanos a tí. Lo que se dice, lo que se hace. Y por supuesto el dónde, actuando como telón de fondo a la situación.

Una instancia como El Giratorio, donde la innovación en el lugar siempre me va a parecer atractiva (aún cuando sigo siendo un buscador compulsivo de sabores antes que nada). Y más atractiva aún cuando esta innovación, este descubrimiento, lo compartes con los que amas.

Contrario a lo que alguna vez pensé, o a lo que les pueden haber dicho, El Giratorio no marea, pero gusta. Y debe ser porque, pese al paso de los años, la gente sigue en busca de lo mismo, pero nunca igual.

***

* Y adivinen cuál sería el lugar, donde varios años después, recibiría un "Sí" por respuesta. Y adivinen si recuerdo acaso lo que comimos :)

sábado, 12 de abril de 2014

Dignum Est (Flashback 3: Domino's Pizza)



Un círculo. Uno mira hacia atrás y ve las cosas de otra forma.

Círculos pequeños, dentro de uno más grande. Cada detalle, cada acción, cada hacer o dejar de hacer, sumaba para el resultado dentro de la magia.

No es comer. No es alimentarse. No es subsistir.

Es empapar de historias, es capturar sueños, es deformar realidades.

Escrito el 13 de Julio de 2006:

DOMINO'S PIZZA, The 30 Minute Pepperoni

Les contare algo de este humilde servidor: durante casi diez años escribió lo que hacia cada día de su vida. Así pude revisar, y comprobar que efectivamente la primera vez que salí a comer con mi amada, fue la que les narré en mi nota anterior. No fue hasta 8 días después, el 26 de febrero del 2003, que terminamos comiendo en otro rincón, no tan glamoroso, pero no por ello menos rico...

Mi amada (que en ese momento no era mi amada), agradecida por la velada en el restaurant italiano, a los pocos días me invito a ver una película al cine. Fuimos a un mall cercano a la casa, y vimos la notable y biográfica "Catch me if you can" (lo ultimo que vi de DiCaprio). De mas esta decir que la compañía de mi amada fue siempre muy agradable y entretenida.

A la salida del cine ya era bastante tarde. Estaba oscuro y bastante fresco, por no decir frío. Para colmo, en época de vacas flacas, no había mucha locomoción asequible a la casa de mi amada (si bien no una gran distancia, no dejaba de ser), y negándome a dejarla sola, nos lanzamos a la aventura y comenzamos a caminar por unas oscuras, suficientemente seguras y arboladas calles.

A los pocos pasos, nos dimos cuenta que no estábamos preparados para el camino. Sentíamos que nos faltaba algo. Y un cartel rojo y blanco, en un local de acero celeste y policarbonato, nos dio la respuesta.

La Domino´s Pizza pertenece a ese grupo de restaurants del tipo Fast Food, que proliferaron durante la década de los 90 en Chile. Antes de eso, sólo era posible encontrar aminoradas versiones criollas de sus parientes americanos (pero mal que mal, todos dignos de ocupar algún día un espacio en esta página). Su famosa frase "A tu casa en 30 minutos o gratis", se transformó en la frase cliché de la comida a domicilio, aun cuando a la fecha no conozco persona en la faz de la tierra a la cual efectivamente no le hayan cobrado una pizza con demora...

El mercado de pizzerias ya para el 2003 era altamente competitivo, pero existía un sólo detalle que hacía a la Domino´s una alternativa más que digna: su Pepperoni. Sus pizzas no eran las más baratas, ni las mas grandes, pero la calidad de sus ingredientes eran bastante superiores al promedio de la competencia directa. Ah! eso y los palitos de ajo, que no tienen gran brillo pero son adictivos...

Entramos al local, y pedimos una exquisita y conveniente promoción de pizza 3 ingredientes y bebida. Queso en cantidad abundante, el preciado champignon, el delicado tomate y por supuesto el mítico Pepperoni, hacían un todo perfecto y completo sobre una masa tibia, de regular espesor...

Quiero ahondar sobre un tema en particular: existen varias dudas sobre cual es la mejor combinación de ingredientes sobre una pizza. Algunos teóricos postulan al respecto que versiones con jamón, aceitunas negras, cebolla o carne, pueden llegar a ser mejores, pero a mi parecer la descrita es lejos la más apetitosa para una fresca noche de febrero. El queso se derretía de forma pareja, de comienzo casi en ebullición, mientras el sabroso Pepperoni, crujiente por el calor del horno, se deslizaba por el paladar. Una delicia.

Una vez satisfechas nuestras necesidades de alimentación, emprendimos la marcha hacia la casa de mi amada. Tras mucho conversar, sobre lo humano y lo divino, llegamos a destino. Por la hora, toda su familia dormía, por lo que no convenía llegar armando mucho escándalo...

Ya harto rato después, de vuelta en mi casa, reflexionaba sobre el Pepperoni.

El mejor Pepperoni del mundo no lo comí en una Domino´s, sino en una Pizza Hut. Pero en Orlando, Florida. Me preguntaba por qué existía tanta diferencia entre el Pepperoni de distintos locales. O de distintos países. Por qué eran mejores en un lado u otro. Por qué algunos provocaban ciertas sensaciones y otros unas completamente distintas.

Quizas no era que un Pepperoni fuese mejor o peor. Esa mañana me daba cuenta que el Pepperoni era como las personas: no unos mejores que otros, sino distintos.

Y a veces, las pequeñas diferencias significan mucho :)

***

* Volvamos. Ahora, ya muchos años después, tras incontables pizzas consumidas, siento contarles que la versión con pepperoni-jamón-tomate no es la más apetitosa. Ahora ese honor se la lleva la Marinara (especialmente, una de Pisa). Pero sí el mejor pepperoni al día de hoy fué ese que probé en Orlando hace casi 20 años atrás (y que tenía algo de mentolado entre sus carnes), y siempre creeré que pocas cosas abrigan más el cuerpo que una pizza caliente en la noche.

Y definitivamente, sigo creyendo en que no existen ni pepperonis ni personas mejores que otros. Todos nos merecemos estar, soñar y disfrutar.

lunes, 7 de abril de 2014

Dignum Est (Flashback 2: Piccola Italia)



Había olvidado el tono personal con que alguna vez había escrito estas cosas.

Más que de comida, muchas veces terminaba hablando de las situaciones en que me encontraba en esa época, o de las emociones en torno a éstas, perdiendo un poco (sí, sólo un poco) el norte del blog.

Pero a la luz de los años, es casi nostálgico.

Espero no aburrir demasiado con estos vistazos al pasado (especialmente si son a restoranes que ya no existen o, peor aun, que hoy por hoy no tienen nada de dignos...). Pero en cierta forma, son parte de una vida en que la comida ha estado siempre como un grueso y rojo telón de fondo, frente al cual no hay banda, ni hay orquesta. Sólo una existencia lo más común y corriente.

Eventualmente, escribiré sobre esta hamburguesa de aquí, o ese sushi de allá, y que donde queda tal picada. Supongo. Pero al menos, estos cinco primeros post, serán mi pequeña vuelta al pasado...

Escrito el 12 de Julio de 2006:

PICCOLA ITALIA, Profondo Rosso

Recuerdo, entre nosotros, manteles rojos y blancos...

Me es difícil hacer memoria sobre la primera vez que salí a comer con mi amada.

No es que no recuerde absolutamente nada, no se malentienda; es sólo que tengo en mi mente dos lugares, y no recuerdo cuál fue primero y cuál después.

Ante la duda, les comentaré una de las dos posibilidades al azar: La Piccola Italia.

Corría el año 2003, y esa era una tarde que estaba solo en mi casa. Era mi época de trabajo independiente, despertándome a la una de la tarde y durmiéndome a las cinco de la mañana (una maravilla), y tocó la casualidad un día que mi amada (que en ese entonces no era ni mi amada, ni mi osita, ni nada), pasó por mi casa a buscar un polerón, el cual, por esas casualidades de la vida, se le había quedado en mi casa una olvidable noche de año nuevo.

Yo tenia hambre, por lo que decidí (en vez de comer las habituales galletas con queso que como cuando estoy solo) invitarla a comer. La alternativa mas cercana, era un restaurant de comida italiana, bastante conocido en el lugar: La Piccola Italia.

La Piccola Italia se caracterizaba por varias cosas: era económica, su comida era buena (nunca fue excepcional, pero dentro de todo buena), sus mozos eran como clones chilensis del prototipo italiano, y, por sobre todo, porque siempre que uno iba a comer, en alguna mesa alguien estaba de cumpleaños: en ese momento, se apagaban las luces, llegaba una torta de crema (tan real como el pavo de George Bush), y los mozos clonados comenzaban a cantar cumpleaños feliz.

(Puede que todo esto pase en varios restaurants, pero les juro que nunca tan seguido como en la Piccola Italia)...

Esa tarde (que poco a poco se iba haciendo noche), entramos al local, nos sentamos en una pequeña mesa, y tras consultar la carta, nos decidimos (creo) por una Fontanna di Pasta: una fuente de pastas varias, acompañada con salsa de carne y de crema. La salsa de carne es bastante fuerte, por lo que, desde ese día en adelante, siempre la pedimos "rebajada" con salsa a la crema. Gnochis, Lasagnas, Cannelonni, Fetuccini, y cuanta variedad de pasta se encontraban dentro de esa fuente, que al principio parecía de nunca acabar. La comida sabía bien, pero poco a poco se hacían sentir en el estomago esas cantidades industriales de comida, no usuales para el común de las personas.

Mientras tanto, y por encima de la Fontanna, era otra cosa la que ocurría. Se gestó una cercanía poco usual con una desconocida. Conversamos, largo y tendido. Yo, interrogador como nunca. Ella, confesa como pocas veces. Poco a poco sentía en ese momento, que involuntariamente la velada se había transformado no solo en una invitación a comer, sino mas bien en una invitación a la amistad, y a descubrir como era el otro. En un desafio de mirarse a los ojos y decirse "mira, ¿sabes?, yo soy así: así y asá, con mis virtudes y defectos. Con mis cosas blancas, y mis cosas negras" (o a cuadros rojos, como el mantel que nos separaba)

Ambos nos dijimos nuestras historias, nos acercamos con nuestras penas, alegrías e inquietudes ante el futuro, mientras de fondo miles de mozos con bandejas enormes, transportaban platos y fontannas descomunales, entre las mesas a nuestro alrededor...

Terminó la comida, y nos separamos, rumbo cada uno a su propia vida; pero sabiendo que desde ese día, nos miraríamos de otra forma: como quien mira una nube, sabiendo solo para sí qué forma tiene, o como quien mira una estrella, preguntándose cuantos secretos más guarda en su resplandor...

Como usualmente pasa, el tiempo le cargó la mano al destino. La Piccola Italia poco a poco se creyó el cuento: se volvió mas cara, con porciones mas chicas, y su calidad no mejoró. Se multiplicaron los mozos y los cumpleaños. Los tiempos cambiaron para todos.

De aquella noche, quedará el rojo de los manteles...

***

* Hoy, ese local ya está abandonado. Desmantelado y hecho pedazos. La Piccola Italia terminó siendo sinónimo de pastas malas y lavadas para volverse a servir. Pero la cadena de circunstancias extraordinarias que ocurrieron esa vez, hace ya muchos años, aun me sorprende cada día, y me enseña a que no es tan equivocado ese cliché de que las cosas pasan cuando tienen que pasar. Todo tiempo es exacto, y a la vez incierto.

martes, 1 de abril de 2014

Dignum Est (Flashback 1: Dim Sum)



"Dignum Est"

¿Cuál es el fin de hablar de comida, de bebida, o de todo aquello que contribuye humildemente a la ilusión del placer en este terrible mundo?

Es la creación del oasis, y proyectar la experiencia a quien se tiene afecto.

Mediante la memoria, revivir.

No escribo bien. Bastante pésimo creo yo. Pero supongo que algún día tenía que tratar de agrupar todos esos comentarios dispares sobre los lugares que visito, y que pienso son lo suficientemente dignos para recomendar a mis amistades. No creo poder hacerlo de forma muy constante, pero no pierdo nada con intentarlo. Lo que sí, antes de presentar el presente, hay mucho de pasado por visitar.

Este Blog comienza con un recuerdo (¿cuál no?).

Escrito el 11 de Julio de 2006:

DIM SUM, el Imperio de los Sentidos

Existen algunos momentos en la vida de todo hombre que se vuelven inolvidables. Ya sea un sueño, una promesa, un olor o una palabra.

De mi amada, debo contarles que ella fue protagonista de uno de esos momentos.

Era el año 2004 o 2005. No recuerdo bien. Habíamos encontrado nuestro Santo Grial Gulistico. Nuestro Big Kahuna. Nuestro rincón donde la variedad de sabores, olores, texturas y sonidos, superaban todo lo que conocíamos a la fecha.

En Pedro de Valdivia, en ese pequeño tramo entre Costanera y Providencia, encontramos lo que realmente podíamos llamar "la comida china diferente". El Restaurant Dim Sum resumía todo lo perfecto que podia llegar a ser un local de comida china: una arquitectura minimalista, con vistosos peces en globos de vidrio, velas y maderas oscuras; una música new age-techno-smooth (según la ocasión); pero por sobre todo, un tipo y sistema de comida absolutamente novedoso para nosotros.

Meseras de oriental atuendo negro empujaban carritos cargados de pequeñas bandejas de madera, cilíndricas, con pequeños bocadillos cocinados fritos, hervidos o al vapor. Se acercaban a la mesa, mostraban el contenido de las cestitas, y si a uno le apetecía, la dejaban en la mesa para el goce del comensal. Pasaban los minutos y aparecía otro carrito. Y luego otro. Y otro. Todos los carritos que uno quiera. Y lo mejor, por un precio realmente bajo en esa época.

Algunas de las delicias que recuerdo eran los pequeños "saquitos" de masa frita o hervida, rellenas con vegetales o pescados o pollo; los deliciosos panecillos hervidos, dulces y rellenos de pollo; wantanes que hacían ver a sus parientes como los flacos de la familia; bolitas de arroz perla rebozadas en jamón; empanaditas de curry.... todo acompañado por exquisitas salsas de cilantro (u otras cosas que jamas averiguamos), y un arroz aderezado con aceite de sésamo. Ah! y mi amada a veces optaba por cambiar su Coca Light por un té helado, refrescante como pocos.

Todos los meses el menú variaba, y a veces, nos ofrecían paralelamente al menú, cosas increíblemente aún más ricas, como saquitos rellenos de jaiba, o pinzas apanadas... era el paraíso.

Una tarde en el restaurant, mire a mi amada, feliz al frente mío. Vestía su blusa celeste, y me miraba con una sonrisa. De fondo, se veía el muro amarillo del local, con sus adornos orientales rojos, mientras que desde el patio interior, por entre los verdes bambú, se asomaba la luz del sol.

En ese momento me percaté que ese instante no se repetiría jamas. Nunca estarían simultáneamente de forma más perfecta los colores dispuestos, ni nuestro amor más feliz, ni los sabores más gratos en el paladar, como esa tarde frente a mi amada.

Y ese momento se convirtió en inolvidable...

Pasó el tiempo, y el restaurant cerró. A la fecha no hemos vuelto a saber de nada que se le parezca.

Pero aunque pase mucho tiempo, den por seguro que hay dos personitas en este mundo, que jamás se olvidarán del Dim Sum.

***

* (01/04/2014: Y al día de hoy, jamás olvidan.)